(PARTE V)
Aprendí a leer a los tres años y poco. Mi maestro fue mi viejo que medido con los parámetros actuales sería considerado un analfabeto estructural. Apenas había llegado a segundo año de primaria. Según contaba, estando en tercer año hacía gala de su carácter de “enfant terrible”. En buen criollo un guacho insoportable por lo quilombero. Un día que se había mandado una de las suyas, el maestro, harto de sus travesuras, se salió de madre y con la regla de madera inmensa que usaba para trazar líneas en el pizarrón le sacudió un reglazo por la cabeza. Resultado, mi viejo al hospital con conmoción cerebral. Mi abuelo, hijo de tano, arrebatado y grande como un rancho, después de comprobar que las lesiones no pasaban de un golpazo fue hasta la escuela, (la escuela Sanguinetti que todavía está allí en 8 de octubre y M. S. de Munar creo), y le surtió un par de trompadas al susodicho docente. Vuelto a casa le preguntó a mi viejo si quería seguir yendo a la escuela. Este vió la oportunidad de desembarazarse de todo lo que significaba para él toda esa pérdida de tiempo pasado en el aula que ahora podía usar en sus correrías que no dudó un instante en decir que no. Y ahí terminó su carrera académica. Tiempo más tarde lamentó el error y trato de enmendarlo con nosotros. Pagó caro sus ansias de libertad si bien la aprovechó al máximo en su niñez y juventud viviendo como bagual con las crines al viento, sin que nadie lo hubiera podido domar. Excepto el sistema cuando le aplicó los puntos y tuvo que formar parte del rebaño si quería llevar una vida “normal” atendiendo a su condición de proletario. Tenía una serie de condiciones intelectuales innatas y quien sabe a donde hubiera llegado de no ser por ese reglazo en el marote y la posterior decisión de dejar la escuela. Pero nos trasmitió una serie de valores que aún conservamos. Su amor por la libertad. La rebeldía frente a las injusticias. La importancia del conocimiento. El pensar con nuestras cabezas y seguir nuestras propias decisiones, a pesar de que él se metía en todas ellas con un sentido de sobreprotección que nos abrumaba muchas veces. Recuerdo siempre alguna de sus frases. “Hay que ir a la pelea sin bajar los brazos, aunque uno sepa que va a la paliza,” cuando se trataba de pelear contra algo injusto y contra fuerzas muy superiores. “Hay algo que nunca podrán robarte, es lo que sepas , lo que aprendas”, si notaba que queríamos aflojar en los estudios más que nada por que la economía a veces nos metía la idea en la cabeza. Su sueño era, como el Don Giuseppe del tango lustrar algún día la chapa de Doctor de alguno de nosotros en la puerta de casa. Por muchas razones no pudo ser. A pesar de ello sus conceptos me sirvieron mucho, y todavía me sirven en la vida. Vivió y murió siendo un “clase en sí”, pero muchas de sus cosas y de sus consejos y el analizar lo que fue su vida proletaria han hecho que me convirtiera en un “clase para sí”. Tuvo sus cosas negativas, a que dudarlo y que también influyeron negativamente en nosotros sus hijos. Era un simple ser humano con sus claros y sus oscuros. Políticamente nunca pasó de ser del partido blanco, sólo porque el padre lo había sido y sin saber porqué. Como la mayoría en esa época era anticomunista. Quizás por haber sufrido todas las trapisondas que los bolches acostumbraban hacer en los sindicatos que dominaban ampliamente. La única vez que lo vi militar en algo, fue cuando los obreros de CUTCSA, monopolio del trasporte montevideano de ese entonces voltearon a la dirigencia comunista y lograron crear un sindicato autónomo, patriada que terminó con el asesinato de dos de los dirigentes elegidos para llevar adelante al novel sindicato. Parece ser que a los “clase para sí”, no les gustó la idea de que los “clase en sí” pudieran organizarse para defender sus derechos frente a la patronal sin tener que depender de los humores políticos de un partido determinado. Recién al final de su vida, y gracias a las largas charlas de jubilado con un vecino que había estado entre los fundadores del partido aunque en ese momento no aprobaba su línea, y que se tenían un gran y mutuo aprecio, le confesó que recién ahora estaba entendiendo el sentido de mi lucha. Me lo contó este vecino tiempo después de su muerte. El era muy reservado en algunas cosas en nuestras relaciones y vaya a saber porque no me lo dijo en persona. Me hubiera gustado darle un abrazo de compañero. No pudo ser. Y me acordé del dicho del viejo Félix, ese entrañable compañero anarquista: aunque sea una persona comenzó a tomar conciencia a través de mi lucha. Mi vida, larga ristra de fracasos, ha valido la pena de ser vivida. Otro iba a ser el tema de estas líneas, pero dedos y teclas parecen haber decidido otra cosa. Que sea pues.
Y para terminar este poema que siempre me ha impresionado.
Poesia de Sabiduria:
Mi Padre, cuando Yo tenía.....
4 años : Mi papí puede hacer de todo.
5 años : Mi papí sabe un montón.
6 años : Mi papí es más inteligente que el tuyo.
8 años : Mi papí no sabe exactamente todo.
10 años : En la época en que mi papí creció, las cosas seguramente eran distintas.
12 años : Oh, bueno, claro, mi padre no sabe nada de eso. Es demasiado viejo para recordar su infancia.
14 años : No le hagas caso a mi viejo. ¡Es tan anticuado!
21 años : ¿Él? Por favor, está fuera de onda, sin recuperación posible.
25 años : El Viejo sabe un poco de eso, pero no puede ser de otra manera, puesto que ya tiene sus años.
30 años : No voy a hacer nada hasta no hablar con el Viejo.
40 años :Me pregunto cómo habría manejado esto el Viejo. Era inteligente y tenía un mundo de experiencia.
Lástima que no valoré lo inteligente que era. Podría haber aprendido mucho de él.
Ann Landers
VIEJO: ¡HASTA LA VICTORIA SIEMPRE !
CHE CACHO
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